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ahora por la calle pasa un niño con una mano en el
bolsillo del
pantalón /
está contento y saca la mano del bolsillo /
abre la mano y suelta fiebres que ninguno ve /
yo tampoco las veo
Juan Gelman
Mi barrio ha sido un escenario turbio de
colores semiapagados que tintinea lentamente detrás de mis párpados como un view-finder,
(a veces cruel o tierno), y me permite visualizar las piernas cortas de mi
niñez atravesando nubes de polvo. Ahora me encuentro palpando texturas distintas
sobre mi piel, encontrando canas que asoman desde el reflejo de mi barba en el
espejo y un dolor particular en el cuello que no desaparece hasta el mediodía.
Me repito: ‘No estoy tan viejo’, y, sin embargo, hace veinte años fue que me
mudé por primera vez.
En aquella calle dejé todo: una bicicleta
vieja, muchas bolsitas de jugo ácido que vendían en la tienda, una infinidad de
piedrecillas regadas por la punta de mi zapato cada que las pateaba. Tan sólo
un mapeo fantasmal incomprensible para quienes transiten los mismos espacios al
volver o salir de sus casas. Quisiera contar las cosas en orden cronológico
pero, además de los cambios materiales en mis articulaciones, los ciclos de
sueño y el reflujo gástrico, también he enredado la línea temporal de mi vida
más que mis propios colochos.
Los hechos son los siguientes y están
pasando a cada instante:
1. Un niño llamado Javier aprendió a silbar solito
regresando de la abarrotería una mañana cualquiera de domingo y saltó de la
emoción junto a una fila de pan francés que se balanceaba desde su mano.
2. Años después, descubriría la tristeza en medio de una
casa que no había sido terminada, donde ya no vería a sus amigos y encima carecía
de luz eléctrica. Las siluetas de su familia subían y bajaban como monjes en un
templo sombrío, así que tuvo que ponerse su sotana, cubrirse con su capucha y
tomar su veladora.
3. Gatearía lentamente y cuidadoso hasta el borde de su inmensa
cama, viendo la caída hacia el piso para darse vuelta y mejor quedarse a salvo.
4. En el kínder sería besado en la frente por una niña
durante los últimos instantes del recreo, justo antes de sonar la campana. Ella
lo vio y sonrió mientras él sostenía un juguito Kern’s y todos corrían de
vuelta a sus salones, burlándose de él en el camino.
5. Durante sus años de universidad, se enamoraría
demasiado y terminaría roto más de una vez. Pero, como un cuenco antiguo, se
negaría a ignorar su condición de riego y abundancia. No había articulación en
él que se resistiera a vibrar de amor.
6. Vería los pechos de su madre caer bajo su camisón
mientras ella lo bañaba a guacalazos diciéndole cosas que no comprendía. Usaba
esa dulce voz cuando había suficiente tiempo que perder y el día era hermoso.
7. Encontraría en una librería de Manhattan una edición de los Poemas Completos de Federico García Lorca, donde aprendió de
los misterios y los duendes y el juego que hace la lengua del cerebro al
retorcerse y hablar en un idioma desconocido. Poesía.
8. Vería una grabación en VHS de Las Pistas de Blue
una mañana que no fue al colegio por haberse enfermado. Sus abuelos y sus papás
habían batallado con aquel aparato para que no se perdiera un episodio.
9. Escribiría poemas ridículos en un vagón de tren regresando
a su casa en Queens con los ojos enrojecidos y ardientes, mientras la gente lo
observaba con pena.
10. Se sentaría una tarde en la víspera de su cumpleaños a
sujetar el hilo desordenado mientras intenta dilucidar cada fragmento de tiempo
y de luz que ha atravesado sus ojos. Lo hace con la gracia de un escriba que se
ha enredado en papiros hasta parecer una momia.
Así, los 29 años se recibirían con una
pizca más de alegría que de resignación. Celebraría con su amada, su familia,
sus dos gatos y sus amigos. También diría algunos chistes para hacer reír a
quienes ama, dejando avivar sus ojos chinos y los dientes pelados. ‘Sí, ya estamos
viejos’, me digo ahora, en todos esos momentos, al unísono.
Toda la vida está aquí.